UN POCO DE MÚSICA...

, los que tienen bien dispuesto el látigo para lacerar al pobre, por los que siembran mercados dentro de cualquier templo, por los que traicionan por menos de treinta monedas de plata y no se arrepienten de nada, por los que entregan los clavos al verdugo para hundir en el madero toda la miseria humana, por los que comulgan en primer fila y al salir de la iglesia se apartan asqueados del mendigo y le clavan su lanza en el costado.
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No necesito de martirios peregrinos.
Observo simplemente como vuelven a clavar
su cuerpo en el madero
y me detengo en las miradas.
No juzgo la lanza del soldado,
el latigazo salvaje del verdugo,
ni me sorprenden las manos de Pilatos
buscando en el agua la redención inalcanzable.

No es Herodes,
ni siquiera Judas con el beso maldito
y las treinta monedas a los pies de su muerte.

Me quedo en el grito
de la multitud enardecida,
los asesinos sin espada,
sin lanza ni martillo,
los que clamaron en favor de Barrabas
para poder ver morir a un hombre bueno.

Me detengo en los ojos inundados por el odio,
en los rostros desencajados mordiendo la locura,
en las miles de manos
que hundieron el puñal en el costado
para ver con deleite infernal
cómo es que se desangra un santo.

No hay reyes ni soldados en mi asombro,
nada espero de ellos,
es la multitud la que sostiene mi tristeza,
la monstruosa masa que por odio,
por miedo, por desidia,
presenció el horror con mansedumbre
dejándose llevar por la costumbre
de ver morir todo lo bueno.

Les habían contado
que aquel hombre
era la maldad
y lo creyeron,
se bebieron de un trago aquel veneno
en un cáliz adornado de oro y plata,
y regresaron después a su vida y sus miserias,
con el alivio de sentirse a salvo,
recordando entre sonrisas la agonía.

Hoy liberan nuevamente a Barrabas,
la carne vuelve a abrirse entre lo clavos
y el vinagre se posa, una vez más,
anidando su maldad sobre los labios.

Muere una vez más ante mis ojos,
entrega tu verdad de diez palabras
y mira al cielo buscando una respuesta
que nunca ha de llegar por más que ruegues.

Desde el fondo del tiempo nos observa,
mientras regresan los odios impecables
con su juego de dueños y de esclavos
coronando a los pueblos con espinas y
convirtiendo cada templo en un mercado.

...alejandro ippolito...